miércoles, 1 de enero de 2014

2013 el año de la revelación

  Hace unas horas que con el rito de las uvas  trazamos nítidamente la línea de separación de un año que queremos olvidar con otro en el que hemos puesto muchas esperanzas. Mejor no mirar atrás. ¿O sí? Ha sido un año realmente malo para muchos, para la mayoría, para nosotros también, ¿o no? Depende, claro. Podría haber sido peor, mucho peor. De hecho, para muchos ha sido infinitamente peor. Ese es el consuelo.
  Siguiendo mi repetida consigna de que básicamente se aprende de los errores y teniendo en cuenta que el aprendizaje es una necesidad vital, el año ha sido muy eficiente, porque hemos aprendido mucho. Mucho de los errores propios y mucho más de los errores ajenos.
  Para una mente curiosa como la mia, ávida de conocimiento, el 2013 ha sido un año de revelaciones. No de descubrir mucho nuevo, sino de ponerlo en evidencia. Sí de confirmar lo que la intuición me sugería como única explicación razonable.
  Si algo tienen de bueno las matemáticas es su carácter axiomático, la repetibilidad del resultado y la lógica del mismo. Así que , si el resultado no coincide con su previsión, indudablemente hay un error, o lo que es más frecuente, un engaño.
  La intuición es consecuencia del aprendizaje aportado por la experiencia. Uno ya va teniendo años, va teniendo experiencia y va afinando la intuición. Va aplicando la lógica y rechazando el carácter milagroso de lo que no entiende, atribuyéndolo -lógicamente- a un fenómeno físico o social. A veces, un burda mentira inconsistente; otras, un timo sofisticado.
  Terminó el año de la revelación de lo que sospechaba: la codicia no tiene límites. No los tiene porque se retroalimenta positivamente aunmentando exponencialmente. En realidad, no lo sospechaba, lo sabía. Lo sabíamos todos. Sólo nos faltaba comprobarlo.









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