lunes, 22 de septiembre de 2014

CONFIAR PARA VIVIR

     Llegaron los otoños. Este año, como todos los años, como todos los siglos, milenios y eones, el otoño astronómico ha sido, por su propia definición, inevitablemente puntual. Casi impertinente, el otoño climático, el del agua, el de la vida inmediata, se ha adelantado una semana al día convenido. Para algunos, llegar con mucha antelación a una cita puede resultar molesto. Sus algodones se mojan y transmutan el color de su blancura. El cereal que se ha rezagado retoma la humedad abandonada. La uva, ya en su sazón, prefiere los cálidos rayos del sol que hace tiempo olvidó el cénit e intenta refugiarse de la lluvia bajo su manto de cera. Sobresaltados por la presencia inesperada de aquel a quien han esperado tanto tiempo, ahora les resulta inconveniente, auque sea una bendición para el resto.



     Una vez más nos ha pillado a casi todos de sorpresa, con cosas por hacer. Hemos ido demorando lo que sabíamos inevitable, pensando que de nuevo llegaría con retraso. Que se tomaría la habitual licencia de la impuntualidad. Pero confiábamos en que llegaría. Sabíamos que lo haría.
    La confianza es la base de la vida. Cada ser vivo confia en que se cumplan esas leyes no escritas en papel pero sí en sus genes y que le permiten tener un futuro. Es una relación implicativa y como tal, inevitable. Siempre en el único sentido en que transcurre el tiempo.
   ¿Qué nos genera confianza? Sin duda, la experiencia. Sin experiencia, el temor nos mantiene encerrados en el universo del miedo porque no tenemos nada que nos permita extrapolar hacia el futuro. Y sin futuro la vida carece de sentido.
    Aunque no queramos, nuestro subconsciente integra las experiencias a modo de programa estadístico. Pero lo hace a nuestras espaldas. Un programa fraudulento para  el conocedor de esta rama matemática. Un programa que, al contrario de los cánones, no elude sino que exagera los datos erráticos e introduce deliberadamente sesgos a su conveniencia. Eso es lo que nos hace diferentes. Lo que evita la homogeneidad insoportable y el pensamiento único.
   Hoy ya el otoño es sólo uno.
   Bienvenido otoño.

lunes, 1 de septiembre de 2014

Jugar con fuego y quemarse



Invariablemente, cada vez que se pregunta por las profesiones de riesgo se repiten los mismos tópicos ( bomberos, policías...) Es el mito creado por ellos mismos y apoyados por los medios audiovisuales. Los mitos venden mucho.
¿Qué pasaría si en cualquier profesión se produjera un 10% de muertes por accidente de trabajo? Sería inadmisible. Al menos en el mundo occidental.
Hace tres días, la prestigiosa revista científica Science publicaba un trabajo  (http://news.sciencemag.org/health/2014/08/ebolas-heavy-toll-study-authors) sobre el origen del brote del virus de ébola que está alarmando -por fin- este año a todo el mundo.
El artículo está firmado por 58 personas ( si no he contado mal), la casi totalidad como coautores. Pues bien, antes de publicarse el artículo, cinco de ellos ya han fallecido a causa del objeto de su estudio. La relación de investigadores con una pequeña reseña de sus biografías está en http://news.sciencemag.org/health/2014/08/ebolas-heavy-toll-study-authors

Pero si investigar es arriesgado, tratar con los enfermos lo es mucho más. Docenas de personas de las plantillas de los hospitales se están infectando. Y la tasa de muertes es enorme. Me atrevo a decir que es, si no la profesión de más alto riesgo del mundo, sí una de las dos o tres más arriesgadas.

 Pero, claro, eso es en Sierra Leona, en el tercer o cuarto mundo. Aquí, mientras no nos afecte, no hay de qué preocuparse. Lo importante es que tal o cual jugador de fútbol se ha torcido un tobillo. Esto último sí que vende y no un aburrido estudio llevado a cabo por docenas de científicos para tratar de resolver un problema ( por ahora) ajeno.

De los científicos tenemos sus nombres, sus biografías y sus imágenes. Del personal sanitario tenemos un número: la cantidad de fallecidos.  La condena no es sólo a vivir entre la miseria sino a morir en el olvido.